Semana 23 de la VIII edición del concurso Relatos en Cadena organizado por @laventana y @deescritores. La frase de inicio era: “Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón”. Y en menos de cien palabras...
1-El cuaderno de Alejandro
Todo estaba dibujado en aquella pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Cualquiera podía seguir el rastro de sus pensamientos con tan sólo hojearla; por eso ponía mucho cuidado en no extraviarla y se cercioraba una y otra vez de que seguía en su sitio. En la primera página, con letra vacilante, estaba escrito: hoy he conocido a Emma. Unas páginas después: me gustan sus jerséis de lunares y su coleta rubia. Más adelante: me ha mirado en el almuerzo. Confiaba en que el cuaderno –Alejandro López, Primaria, 4ºB- le durara hasta el día luminoso en que ella le sonriera por primera vez.
2-El hombre de los caramelos
Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón, oculta como una lista secreta de cosas que lo perturbaban pero a las que no podía renunciar. Una pulsión oscura lo llevaba cada tarde al bosque y allí se sentaba a esperar en el mismo banco. Cuando llegaba la hora se sacaba la libreta del escondrijo y discretamente iba pintando: una melena rubia, una falda corta, unas zapatillas rosa. Cuando acababa el dibujo guardaba el manoseado cuaderno en el lugar acostumbrado y, con pasos silenciosos, abandonaba el parque. Caía la noche, su sombra se alargaba. Mañana, sin falta, llevaría caramelos.
3-El adjunto
Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que
llevaba en el bolsillo de su pantalón. La sacó y la abrió por la primera
página. Deslizó las gafas hasta el borde de la nariz y leyó: Amelia. Chupó la
punta del lapicero y puso una equis junto a ese nombre. “Acaba hoy”. El
siguiente: Antonio. Garabateó un círculo. “Renueva”. Cada gesto de esa jornada
le recordaba dolorosamente a aquellas silenciosas cenas con sus padres cada
cuatro semanas cuando volvía del seminario.
-Estudia y hazte un hombre de provecho- le decía su madre
en cada visita.
Así lo hizo pero éste era un trabajo de mierda y, como
entonces, seguía odiando los últimos viernes de mes.