Había escrito cien veces: te quiero. Se sentó junto a la
chimenea y las contó, temblando, a medida que leía aquel papel amarillento que
le acababan de entregar. Aún conservaba el olor húmedo del cuartucho donde los
chicos de la asociación le habían dicho que Antonio pasó sus últimas horas. De
pronto, un escalofrío le recorrió la espalda: su padre había escrito al final
del papel el nombre de sus delatores y uno de ellos llevaba el apellido de su
nieto. Carmen se quedó mirando fijamente el fuego, que era rojo y azul.
Difícil disyuntiva la que propone tu relato a su protagonista. Aunque la frase final parece despejar dudas.
ResponderEliminarBuen intento el tuyo.
Seguimos intentándolo que aun queda tiempo.
Saludos.
Un relato que me transporta a las dos Españas. Bien girada la historia.
ResponderEliminarGracias, Lorenzo. Creo que aún estamos ahí. Saludos.
EliminarHeridas que no se acaban de cerrar nunca.
ResponderEliminarEs cierto, Juancho. Y está inspirado en una historia real, en uno de tantos dolores de la guerra.
EliminarUf, buen giro de vuelta a otros tiempos a modo de color.
ResponderEliminarBuena propuesta. Suerte para la próxima.
Difícil decisión la de tu protagonista. Muy buena propuesta, Lidia. Un abrazo.
ResponderEliminar¿Qué decías de las musas? Pues yo te veo muy inspirada Lidia. Un relato muy consistente, desvelando a fuego lento, y con un cierre muy certero que queda como colgado de esa llama.
ResponderEliminarMuy bueno, sí señora, de lo mejor que leí esta semana.
Saludos.
Lidia. Yo creo que le has dado. El relato es de muchos quilates. Esto acaba de empezar y tu eres una gran escritora. Al tiempo. Un abrazo :)
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